Uno de los problemas más serios y subestimados en las organizaciones modernas es la participación de personas en actividades o reuniones cuando su presencia no es necesaria. Aunque esta situación puede parecer inocua o incluso justificable desde la óptica de la inclusión o el protocolo, sus efectos acumulativos sobre la eficiencia y la cultura institucional son profundos y negativos.
El impacto se agrava a medida que aumenta el nivel jerárquico de la persona que está presente sin aportar directamente al objetivo de la reunión o actividad. Cuando un alto funcionario asiste a un evento donde su rol es meramente decorativo, y no operativo, las consecuencias son varias y de largo alcance.
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